La isla Clipperton es el último de los territorios mexicanos
que se perdió a manos extranjeras. A causa de una mezcla mortal de ignorancia,
lejanía, guerras internas y algunos conflictos externos, pero sobre todo
desinterés, este pequeño pero significativo atolón coralino de seis kilómetros
cuadrados de superficie, es hoy territorio francés, a pesar de estar ubicado a
tan sólo mil 100 kilómetros de las costas de Michoacán.
En sus tiempos de esplendor, esta porción de tierra, que es
como un lunar en el Océano Pacífico, fue disputada por los Estados Unidos,
México, Francia e incluso Inglaterra. A principios del siglo 20, se creía que
en sus entrañas se encontraba un yacimiento de guano que valdría unos 50
millones de dólares. Poco tiempo después, sin embargo, se descubrió con
tristeza que el excremento de las aves, y que se esperaba se convirtiera en un
espléndido abono, era más bien de muy baja calidad. Con esta decepción a
cuestas, comenzó el abandono de la isla e inició también la tragedia.
Su historia comenzó durante los tiempos de la conquista, en
el siglo 16. Sin embargo, aunque los españoles sabían de su existencia, no le
prestaron demasiada atención. El descubrimiento oficial, y cuando comenzó a ser
notoria su presencia en alta mar, sucedió hasta 1711, cuando dos capitanes
franceses se toparon con ella y la nombraron Île de la Passion (Isla de la
Pasión). Además, claro está, la reclamaron para su país. Catorce años después,
un científico francés fue su primer huésped, pues vivió en ella durante algunos
meses para fines de estudio.
No obstante, tiempo antes, un célebre personaje la había
visitado de manera más o menos frecuente: el pirata inglés John Clipperton, de
quien adoptó el nombre.
El bucanero había acumulado una importante trayectoria
atacando y robando barcos españoles. Su historial inició bajo el mando del
capitán William Dampier, quien lo nombró capitán de una de las embarcaciones
que habían capturado. La codicia de Clipperton, empero, fue la causante de que
cometiera traición. Se amotinó contra Dampier y se apropió de toda la riqueza a
bordo.
Sus ínfulas de poder no duraron demasiado. Fue capturado por
los españoles. Sin embargo, para su buena fortuna, el encargado de enjuiciarlo,
el marqués de Villa Roche, lo trató con indiferencia, por lo que solamente
estuvo preso cuatro años. Durante el viaje de regreso a Inglaterra, habría
alcanzado a divisar la solitaria isla, misma que – cuando se reintegró a sus
actividades ilícitas – volvió para buscar y decidió montar allí su base de
operaciones. Según se aseguraba, Clipperton había escondido en algún lugar de
aquella ínsula un considerable y maravilloso tesoro.
Lo cierto es que, por su cercanía, la Nueva España consideró
que la isla le pertenecía y no tuvo necesidad de dar mayores explicaciones.
Incluso, tras la independencia de México, esta porción de tierra se convirtió
en territorio nacional de manera automática. Esta pertenencia se estableció
específicamente en las constituciones de 1824, 1857 y 1917, donde la llamaron
al modo francés: De la pasión.
A mediados del siglo 19, los Estados Unidos la reclamaron
como propia por una simple razón: la isla estaba sola y les gustó. Al mismo
tiempo que México recordaba su existencia, el 17 de noviembre de 1858 el
gobierno de Napoleón III firmó un decreto en el cual reiteraba sus derechos
sobre Clipperton. Sus razones: esta porción terrestre era – a su decir – parte
de Tahití, y como se habían apoderado de esa región 16 años antes, la
consideraron parte de su derecho.
En 1897, el gobierno de Porfirio Díaz mandó una guarnición
militar y la reclamó para nuestro país. Al año siguiente, los Estados Unidos
retomaron su ansia expansionista y volvieron a desembarcar en la isla, ahora
con el pretexto de una ley aprobada por su Congreso, la cual establecía que
todo ciudadano estadounidense tenía el derecho de extraer guano de cualquier
isla deshabitada que no perteneciera a ningún país. Tras un nuevo conflicto
internacional, que incluyó a los Estados Unidos que se creían con derecho de
explotar cualquier parte del mundo que les apeteciera, México y sus intentos
por hacer valer su soberanía, Inglaterra mediante la compra de los derechos que
los estadounidenses supuestamente poseían, y Francia que no desistía en su
empeño, se llegó a un acuerdo bilateral.
El gobierno mexicano autorizó a la británica Pacific Island
Company la extracción de guano por 20 años. Entonces, entre ambos países
construyeron un asentamiento minero que consistía en un muelle, un pequeño
ferrocarril y maquinaria pesada especialmente diseñada para las tareas. Además,
los ingleses llevaron mineros de diversas nacionalidades, entre los que
destacaban italianos y japoneses. En la pequeña isla se vivió un verdadero
apogeo. Más de cien personas vivían ahí, la vegetación era abundante, muchos de
los cultivos artificialmente introducidos comenzaban a dar frutos, y el ganado
se adaptaba lenta pero aceptablemente.
El presidente Díaz ordenó construir un faro y envió una
guarnición militar, encabezada por el capitán Ramón Arnaud, quien tenía un
interesante historial. Nacido en la ciudad de Orizaba, Veracruz, era hijo de
padres franceses. Durante su juventud fue influenciado de manera definitiva por
su mejor amigo, Luis Reyes, hermano del prolífico intelectual Alfonso Reyes,
hijos ambos del muy controvertido Bernardo Reyes, general porfirista de quien
se decía llegó a ser el “embajador” de Díaz en el norte del país además de su
secretario de Guerra. El caso es que su amigo lo convenció para que siguiera la
carrera de las armas.
Sin embargo, por una serie de problemas menores, no logró
ingresar al Heroico Colegio Militar. Esto no importó, pues por la influencia
del padre de su amigo, entró como sargento primero en el VII Regimiento de
Caballería, de donde desertó el mismo año en que ingresó. Jamás se imaginaría el
joven Ramón que este episodio de su vida definiría su destino y su muerte años
después.
A causa de su deserción, fue encarcelado cinco meses y
degradado, pero, por su valentía mostrada durante la Guerra de Castas en contra
de los indios mayas, fue ascendido a su rango original. Tras este episodio, fue
enviado a Japón, y al regresar, nombrado gobernador de la Isla de la Pasión,
puesto que primero rechazó pero al final aceptó gracias a una mentira piadosa:
lo convencieron de que el propio presidente Díaz lo había elegido por sus
méritos, por su valor y porque hablaba español, francés e inglés, así
demostrarían al mundo que aquel último rincón del país se encontraba custodiado
por un hombre culto y valeroso.
Todo parecía ir en orden en la isla cuando la compañía
minera cesó sus actividades en el lugar. El guano era de muy baja calidad y no
era rentable. En los últimos tiempos, sólo se habían dedicado a almacenarlo. La
ínsula comenzó a ser evacuada y sólo permanecieron los mexicanos. Poco después,
en tierra firme sucedieron dos hechos que los habitantes no tenían forma de
conocer: en el mundo comenzó la Primera Guerra Mundial, y en México, la
revolución.
El barco que les surtía provisiones, y que procedía de San
Francisco, dejó de visitarlos cuando los ingleses se marcharon. Entonces,
Arnaud viajó al continente y se entrevistó con el presidente, que para entonces
era Victoriano Huerta. El mandatario se comprometió a ayudarlos y ordenó que un
barco, proveniente de Acapulco, los suministrara víveres cada dos meses. El
capitán regresó a Clipperton confiando en la buena disposición con que había
sido recibido. Al llegar, le comentó las buenas nuevas a su esposa, una hermosa
orizabeña de nombre Alicia Rovira a quien había desposado en 1908.
La suerte quiso, sin embargo, que durante la única batalla
naval que se registró en la revolución mexicana, el buque “Vicente Guerrero”
hundiera al “Tampico”, que era el que surtía provisiones a la isla.
Con el hundimiento, se señaló la suerte de Arnaud y demás
mexicanos que lo acompañaban. Simplemente los olvidaron.
Cuando el alimento comenzó a escasear, comenzaron también
las preocupaciones. No había manera de comunicarse con tierra firme, y el
“Tampico” tenía meses de retraso. Con excepción de algunas balsas y botes
salvavidas, no existía forma de atravesar el mar para pedir ayuda. El 28 de
febrero de 1914, una goleta estadounidense encalló en el arrecife. La
tripulación les comunicó que casi la mitad del mundo estaba en guerra.
Entonces, tres marinos decidieron aventurarse hacia lo imposible: navegar en
una balsa los 2 mil 200 kilómetros que los separaban de Acapulco. Las
posibilidades de morir en el intento eran demasiado elevadas, pero era peor
sentarse a esperar un barco que jamás llegaría.
Milagrosamente, tuvieron éxito. Pero las facilidades que les
dio el mar se las negó la burocracia mexicana. La guerra civil continuaba y su
final se antojaba lejos. A nadie le interesaba rescatar a un grupo de marinos
junto con un puñado de mujeres y niños perdidos a mitad del Pacífico. Las
autoridades nacionales dijeron simplemente que no.
Con el gobierno norteamericano sucedió lo opuesto. En cuanto
se enteraron del naufragio de su goleta, enviaron al crucero US Cleveland a
rescatar a los sobrevivientes. Lo que encontraron en la isla les rompió el
corazón. Casi todos los mexicanos habían muerto de escorbuto; enfermedad
provocada por la ausencia de vitamina C en la dieta, y que causa padecimientos
dolorosos y mortales, como hemorragias externas e internas, infecciones,
reapertura de heridas recientes, fiebre, convulsiones, alteraciones emocionales
y finalmente la muerte.
El capitán norteamericano se ofreció a llevarlos a Acapulco,
pero el gobernador Ramón Arnaud declinó la oferta. Aseguró que contaba con
provisiones sobradas para cinco meses, y que seguramente un barco mexicano
llegaría en cualquier momento. Cuando el US Cleveland partió de Clipperton,
dejó atrás a 14 hombres, seis mujeres y seis niños. Al parecer, Arnaud
consideró que trasladarse a Acapulco con el resto de la guarnición sería tomado
como una nueva deserción en su historial militar, algo que no le perdonarían
sus superiores. Por tanto, prefirió mentirles a sus gobernados y quedarse a
morir.
El drama de los sobrevivientes de la isla duró tres años.
Tres años de una agonía muy lenta en los que tuvieron que enterrar poco a poco
a la mayor parte del grupo. Las provisiones se terminaron rápidamente. Sólo
contaban con algunas aves, escasos peces y huevos. En todo el territorio
únicamente sobrevivían seis palmeras, que entre todas producían sólo tres cocos
por semana, mismos que, por ser la única fuente de vitamina C, estaban
destinados a las mujeres y a los niños. Tan sólo en 1915 murieron 15 personas.
Las causas: delirios, desnutrición y escorbuto.
Los hombres, con Arnaud a la cabeza, comenzaron a presentar
síntomas severos de alucinaciones. Así, al poco tiempo de sepultar a aquellas
15 personas, el capitán, en medio de la locura y la desesperación, dio una
intempestiva orden: todos los hombres, excepto el guardián del faro, debían
abordar una lancha y dirigirse a alta mar para tratar de alcanzar un barco que
acaba de divisar. Nadie supo si en verdad Arnaud vio un barco o si solamente lo
creyó ver por obra del escorbuto. Si existió, los marinos no lograron darle
alcance. Cuando regresaban a la isla, una ola los volcó y todos perecieron.
De un momento a otro, Clipperton se había quedado con un
solo hombre: Victoriano Álvarez, el guardián del faro. Con él, sobrevivían 15
mujeres y un puñado de niños.
La falta de vitamina C, el delirio, la soledad, el ruido
incesante de las olas del mar y el eterno sol sobre aquella isla terminaron por
enloquecer a Victoriano. No tardó demasiado en proclamarse rey y gobernar con
puño de hierro.
Inició una escalada de violaciones y asesinatos. Nadie
estaba a salvo. No había escapatoria ni a quién pedirle ayuda. La isla, de seis
kilómetros cuadrados, no ofrecía refugio natural alguno, ningún barco se había
aparecido en casi tres años. Mientras tanto, el viejo guardián del faro
continuaba aterrorizando a los pocos sobrevivientes. No hubo más alternativa.
Tirza Rendón, una de las niñeras de los hijos del capitán, y
que acababa de ser violada por Victoriano, se armó de valor y lo asesinó. No
actuó sola. Recibió ayuda de otra de las víctimas: Alicia Rovira, la esposa de
Ramón Arnaud. Así terminaba el terror, de más de un año de duración, al que
fueron sometidos mujeres y niños en medio de la soledad de la isla Clipperton.
Pocos días después de la muerte de Victoriano sucedió un
milagro: apareció de la nada el USS Yorktown, de la marina estadounidense, al
mando del capitán H. P. Perril, quien rescató a los últimos sobrevivientes:
cuatro mujeres y siete niños. Era el año de 1917.
Al finalizar la guerra, Francia retomó sus intenciones de
apropiársela. Ante el desacuerdo, tanto México como el país galo decidieron
someterse a un arbitrio internacional. Víctor Manuel III, rey de Italia, fue el
elegido para la tarea, quien, luego de 20 años, decidió que la Isla de la
Pasión le pertenecía a Francia desde 1858.
Para celebrar, Francia levantó un puesto militar que sólo
duró siete años. Desde entonces, olvidaron la isla, la cual han querido
convertir en basurero nuclear y en blanco de pruebas atómicas. Es, de sus
territorios de ultramar, el más abandonado y, a decir de muchos, dolosamente
tratado con desdén por considerarlo inservible.
Sin embargo, para México representó una profunda herida. Un
pedazo más de su territorio que le era arrancado por manos extranjeras, y el
escenario donde ocurrieron los hechos conocidos como “La tragedia de
Clipperton”.
No comments:
Post a Comment