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Luego de diez días secuestrada, sometida a torturas, vejaciones y privada de todo alimento, Yahaira, de 19 años, fue conducida por sus captores a un punto ubicado a cuatro horas de la ciudad de Oaxaca, donde fue decapitada y sepultada en un terreno rocoso y con arena amarilla, tal como afirmaron sus verdugos, al ser aprehendidos. Ella murió a finales de abril de 2011.
Cinco meses después, el 20 de septiembre de ese año, el Ejército se comunicó con su mamá, Margarita, para informarle que Yahaira, a quien se tenía en calidad de desaparecida, había sido finalmente localizada, muerta, aunque no a cuatro horas de la capital –donde informaron sus homicidas–, sino en una fosa clandestina distante a sólo 15 minutos de la ciudad de Oaxaca.
Han pasado, desde el hallazgo, un año y diez meses, tiempo en el cual los restos fueron identificados, con toda certeza, luego de cinco análisis forenses, el último y definitivo practicado por un equipo de peritos de Argentina, especializado en el reconocimiento de cadáveres extraídos de fosas clandestinas, y cuyos resultados se entregaron a los deudos hace dos semanas.
Yahaira, pues, volverá en los próximos días a su hogar, luego de reunirse sus restos, repartidos en distintos laboratorios forenses, para ser sepultada en un sitio en el que su familia pueda visitarla y honrar su memoria. “Pero esto –dice Margarita, con rabia y angustia mezcladas– no ha terminado, yo quiero saber ¿quién ordenó secuestrarla y asesinarla? ¿Quién sacó el cuerpo del lugar identificado inicialmente por sus asesinos como el sitio donde la sepultaron, ubicado a cuatro horas de Oaxaca? ¿Y quién enterró nuevamente su cuerpo en otro punto, para que, oficialmente, la diera por localizada el Ejército?”
Michoacán
Yahaira se asentó en Tlacolula de Matamoros, Oaxaca, porque en ese municipio había sido destacamentado su esposo, un soldado con el que recientemente había contraído nupcias, pero ella, en realidad, era originaria de Michoacán. Ése, señala su madre, “fue su único delito”.
A poco tiempo de instalada en Oaxaca, el entonces comandante de la procuraduría estatal Honorio Abel Nava –quien junto con otros funcionarios brindaba protección a la célula local de Los Zetas– señaló a Yahaira como una posible “enviada” del cártel de La Familia, “y por eso había que levantarla”, según su propia confesión.
El rapto de Yahaira estuvo a cargo del agente antisecuestros Jesús de la Rosa Ambrosio, quien junto con un grupo de hombres armados ingresó a la casa de la joven, y se la llevaron consigo, en un convoy que fue escoltado por patrullas de la policía estatal, según informaron testigos.
“Mi hija duró diez días viva –narra Margarita–, diez días torturada, violada y vejada, diez días que estuvo sin comer”, cautiva dentro en una casa de seguridad, custodiada por una mujer llamada María Fernanda, a merced de los integrantes de la célula delictiva, apodados El Zombie, El Vampiro, El Lagarto, El Sapo, El Papi, todos ellos hoy presos, aunque no por el secuestro y homicidio de la joven, sino por narcotráfico.
“Todos ellos están procesados en diferentes penales del país por delincuencia organizada y por delitos contra la salud –dice Margarita–. Sin embargo, por el crimen cometido contra mi hija sólo enfrentan cargos Honorio y Jesús de la Rosa, mientras que otros cinco funcionarios de la procuraduría de Oaxaca, que brindaban protección a Los Zetas, permanecen prófugos… en total, fueron alrededor de 15 las personas involucradas en el crimen contra mi niña.”
De Yahaira, pues, los delincuentes sospecharon que tenía vínculos con un cártel rival y por eso se la llevaron. Sin embargo, tras diez días de torturas, confesaron luego, sus captores quedaron convencidos de que “la niña estaba limpia”. A pesar de ello decidieron ejecutarla, en vez de ponerla en libertad. Tres hombres fueron los encargados del homicidio.
“Según el testimonio de El Vampiro –dice Margarita–, a mi hija la llevaron en un auto al municipio de Etla, ahí la bajaron y comenzaron a caminar, durante cuatro horas, hasta llegar a un cerro, que El Vampiro describe como un lugar donde había mucha piedra y en donde fue muy difícil escarbar una fosa. Él dice que la orden era matarla y sepultarla en un lugar donde no pudiera ser encontrada. Ya estando ahí, mi niña tuvo que esperar otras tres horas a que los delincuentes terminaran de excavar, y durante ese tiempo ella suplicó por su vida… (durante su confesión) el tipo apodado El Papi incluso imitó la voz de mi niña cuando le gritaba ‘¿Qué me van a hacer, yo no he hecho nada?’, y él dice que le respondió ‘no m’hija, no te preocupes, no te va a pasar nada, ya te vas a ir a tu casa’.”
Tan pronto como la fosa fue concluida, Yahaira fue decapitada y arrojada dentro. Luego los homicidas “jugaron con su cabeza, besándole los labios”, y partieron.
“La niña no les había hecho nada –dice Margarita–, ellos mismos reconocen que la niña era inocente, que la niña estaba ‘limpia’, así dijeron, y que la orden de matarla era de arriba. De quién, no sé. Pero la orden era de arriba… Y yo me pregunto: ¿qué peligro podía representar una niña de 19 años para una delincuencia tan bien organizada como la de ellos?”
Los de arriba
Cuando Yahaira desapareció, Margarita buscó ayuda en la Procuraduría de Oaxaca, sin saber que los agentes encargados de la atención de secuestros y delitos contra la salud estaban coludidos con los narcotraficantes que dominan la plaza, y que eran ellos, de hecho, quienes se la habían llevado. Como única respuesta, los agentes estatales le aseguraron que Yahaira había escapado con un supuesto amante.
Luego, la madre de la joven buscó la ayuda del Ejército, ya que su hija era cónyuge de un soldado. “Pero ellos me dijeron que no podían hacer nada, porque mi hija era civil, y que este caso debía ser atendido por las autoridades civiles. Esa fue la respuesta que me dieron por escrito, a través de un oficio”.
Fue por ello que Margarita tomó la investigación en sus propias manos.
“Me fui a Oaxaca y anduve de un Forense a otro, cada vez que me decían que habían llegado cuerpos de mujeres, porque son muchas las muchachitas que, día con día, aparecen asesinadas en el estado, yo incluso vi a niñas de 12 o 13 años desmembradas, y yo me preguntaba ¿qué podría haber hecho una criatura de esa edad, para que le hicieran algo tan aberrante?”.
La búsqueda, sin embargo, no era sólo de un cuerpo, dice Margarita, sino que “yo principalmente la buscaba viva, suponía que mi niña podía ser víctima de trata con fines de explotación sexual, y me di cuenta que alrededor de los cuarteles militares de Oaxaca hay diversos prostíbulos, en los que hay muchas menores de edad, que son obligadas a prostituirse con los soldados, y entonces comencé a buscar por esa línea”.
Disfrazada como trabajadora sexual, Margarita pagó a dos soldados para que la introdujeran a una de estas casas de prostitución, y “ahí pude ver su forma de operar: llegaban los militares, los oficiales, y las niñas no estaban ahí, sino que eran traídas desde una bodega en donde las tenían cautivas, según las iban pidiendo los militares. Entonces yo denuncié este hecho, le informé a las autoridades dónde estaba la casa y dónde estaba la bodega en la que había en ese momento decenas de niñas raptadas, y yo tenía la esperanza de que mi hija estuviera entre ellas, pero la Procuraduría no acudió sino hasta pasados seis meses, ya que tanto la bodega como la casa habían sido abandonadas por sus ocupantes, y ninguna de esas niñas pudo ser rescatada. Les dieron todo el tiempo que necesitaron para cambiarse de lugar”.
Fue luego de estas denuncias, que involucraban a militares de Oaxaca con bandas de la delincuencia organizada, que a Margarita se le notificó del hallazgo de un cuerpo, sin cabeza, en un lodazal. Y, extrañamente, fue el Ejército, y no las autoridades encargadas de la búsqueda, las que le dieron la noticia.
“A pesar de que los militares se había negado a ayudarme en la búsqueda, alegando que mi hija era civil, fue un comandante del Ejército el que se comunicó conmigo para decirme que habían encontrado a mi niña. No me lo informó gente del gobierno estatal, de la procuraduría de Oaxaca o de la Procuraduría General de la República, que para ese momento ya estaba también investigando el caso. No: fue un militar.”
Un cuerpo
“¿Cómo podía yo identificar un cuerpo sin cabeza, y con seis meses en proceso de descomposición?”, se repite Margarita. “¿Cómo podían ellos estar seguros de que se trataba de mi hija, si no habían hecho ningún estudio forense? Eso me lo confirmó el militar, me dijo que no habían hecho ningún estudio, pero que estaban seguros que se trataba de mi hija y que estaban seguros que había sido ejecutada poco después de su secuestro, porque así se lo habían señalado a ellos.”
La pista la había proporcionado El Vampiro, uno de los integrantes del cártel de Los Zetas, capturado no por el homicidio de la joven, sino por delitos contra la salud, y quien, ya estando en prisión, reveló la forma en que mataron a Yahaira, así como la identidad de las autoridades que les habían dado protección y, también, la ubicación de la fosa donde inicialmente fue sepultada –a cuatro horas de Oaxaca–. Es en esta declaración en la que supuestamente se basaron las autoridades para dar con el cadáver.
Sin embargo, en los hechos, la fosa en donde oficialmente fue descubierto el cuerpo no coincide en su ubicación ni en sus características con la fosa descrita por El Vampiro, quien aseguró que excavaron en un “suelo rocoso y seco”, mientras que la fosa en la que supuestamente el Ejército halló el cuerpo es una zona lodosa, húmeda.
Además, al revisar el cuerpo, Margarita pudo percatarse de que entre sus pliegues había quedado atrapada arena amarilla del primer lugar donde fue sepultada Yahaira, material que no se encuentra en la fosa donde reporta el Ejército haberla localizado, que es de “tierra negra”.
“Entonces –dice Margarita–, de ahí vino mi desconfianza, yo no podía estar segura de que en realidad ese cuerpo fuera mi hija, así que solicité que se le hicieran estudios genéticos, mismos que se dificultaron por el mal trabajo de conservación realizado por las autoridades mexicanas: incluso el FBI hizo un análisis, pero el cuerpo estaba en tan mal estado que no pudieron determinar, siquiera, si se trataba de un hombre o de una mujer”.
Y los análisis de ADN practicados por la Procuraduría de Oaxaca, por la Policía Federal y por la PGR no fueron más certeros: todos concluían que el cuerpo era de una mujer madura, y no de una joven de 19 años.
Fue por estas inconsistencias que Margarita solicitó ayuda al equipo de expertos forenses de Argentina, el cual debió esperar un año y un mes para que la pasada administración federal, de extracción panista, le autorizara tomar muestras del cadáver. Aunque la autorización para que interviniera este equipo fue pedida tan pronto se localizó el cuerpo, en septiembre de 2011, “la única forma de obtenerla fue declarándome en huelga de hambre (en octubre de 2012)”.
Cabe destacar que, en enero de 2013, cuando este equipo de forenses llegó a la Ciudad de México para tomar las muestras al cuerpo, Margarita, quien las acompañaba en otro vehículo, fue perseguida por un grupo de hombres apertrechados con armas largas, a los cuales, finalmente, lograron evadir.
“He pasado por muchas circunstancias, por los horrores de ir a los servicios forenses, por los horrores de lidiar con autoridades corruptas (…) pero recoger el cuerpo de mi niña es lo más horrible que me puede pasar”. Margarita, madre de Yahaira.
Este atentado nunca fue investigado, protesta Margarita, pero las pruebas realizadas por las peritos argentinas sí permitieron concluir, sin temor a duda, que el cuerpo hallado en septiembre de 2011 sí es el de Yahaira Guadalupe Bahena López. “Yo no quisiera aceptarlo –dice Margarita–, pero confío en los expertos argentinos y no puedo objetar nada a sus resultados”.
Epílogo: el infierno…
Margarita conversa en un hotel de la Ciudad de México, al que llega escoltada por el grupo de policías federales asignados para su protección. Se hospeda en un lugar cercano a aquel del que tuvo que escapar, en enero pasado, cuando fue perseguida por sujetos armados.
“He pasado por muchas circunstancias –narra–: por los horrores de ir a los servicios forenses, por los horrores de lidiar con autoridades corruptas, vinculadas con la delincuencia organizada, pero el enfrentarme a esto, a recoger el cuerpo de mi niña, es lo más horrible que me puede pasar, jamás yo pensé que me iba a llevar a mi hija en una caja. Me dolió mucho ver las fotografías de su cuerpo cercenado, porque hasta para hacerle los estudios de ADN tienen que quitarles partes, los dedos, las vértebras, y cuando ves en qué condiciones quedó, empiezas a revivir lo que una vez escuchaste decir a un desgraciado loco, y que yo me negaba a creer, sobre cómo la habían tratado.”
Margarita habla con firmeza, aunque a veces llora.
“Hay quien dice que ya voy a tener paz, porque voy a saber dónde está mi hija, porque voy a tener a dónde ir a verla, pero esta no era la forma en que yo quería tenerla cerca de mí. Ahora yo siento que estoy viviendo un infierno… Y yo no voy a descansar hasta que no estén tras las rejas todos los involucrados: los funcionarios de la Procuraduría de Oaxaca, los que la señalaron, los que dieron protección a los delincuentes, los que les sirvieron de muro para que se la llevaran, los que la custodiaron, los que la torturaron y vejaron, los que la asesinaron.”
Cabe destacar que, hasta el momento, los dos policías de Oaxaca aprehendidos por el crimen cometido contra Yahaira sólo enfrentan cargos por secuestro, no por homicidio, ni por violación o tortura y, mucho menos, por delincuencia organizada.
Mientras tanto, los integrantes de la célula de Los Zetas involucrados en el caso que ya están presos por delitos contra la salud, no han sido formalmente acusados de la ejecución de Yahaira, ni siquiera tras haber confesado su participación.
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