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Seis días después del “quinazo”, los golpes, la tortura:
“Te vamos a romper la madre si no
hablas”, gritó prepotentemente un policía en uno de los sótanos de la
Procuraduría General de la República.
Vendado de los ojos, esposado de
pies y manos, el cuerpo casi desnudo, en simples calzoncillos, el frío de enero
sobre la piel, Mauro Estrada Cruz temía por su vida, creía que nunca volvería a
ver a su familia. El miedo, el temor se recrudecía cada vez que lo cubrían con
unas cadenas sobre las que dejaban caer unas descargas eléctricas. El olor a
quemado salpicaba la cruda atmósfera de un cuarto que se percibía a media luz.
“Ya te dije que te vamos a romper
la madre si no dices la verdad cabrón”, espetó una y otra vez el federal,
mientras otros, no se sabe cuántos, se carcajeaban bajo las sombras.
A cada toque eléctrico, un sabor
amargo recorría la boca y la lengua de quien fuera, es, uno de los más leales
asistentes de seguridad de Joaquín Hernández Galicia, el poderoso e influyente
líder del sindicato petrolero durante 3 décadas.
Corpulento, hoy a sus 64 años de
edad luce fuerte, Mauro Estrada resistió la golpiza y la humillación que un
grupo de agentes federales le propinaron el 16 de enero de 1989.
Sin embargo, los toques
eléctricos le dejaron una afectación cardiaca y varios de los dedos de sus
manos fueron quebrados sin misericordia durante la tortura.
Trabajador del Taller de Cabrería
de la Refinería Madero, Mauro Estrada Cruz se encontraba asignado a las tareas
de seguridad de quien fuera el guía moral de los petroleros.
El 10 de enero, como todos los
días de labores, el trabajador llegó puntual a las 8 hrs a la casa de “La Quina”,
ubicada en la calle San Luis de la colonia Unidad Nacional.
Poco después, antes de que el
reloj marcara las 9 am, Mauro Estrada fue testigo y víctima del operativo
policiaco militar con el que fue aprehendido Joaquín Hernández Galicia, el
hombre que controlaba la vida política y económica del sur de Tamaulipas.
Dos camiones del Ejército
avanzaron a toda velocidad sobre la calle San Luis Potosí, mientras otro llegó
de frente. Impresionado, estupefacto, el trabajador petrolero quedó paralizado
ante la rapidez con la que los soldados maniobraron con disparos al aire en
varias ocasiones.
El asistente de seguridad de “La
Quina” fue rodeado por los militares, quienes lo sometieron con facilidad y lo
tiraron al piso. Ahí, boca abajo, viendo de reojo el trajín de la milicia,
escuchó un estallido: fue el famoso bazucazo en la puerta de la casa de “La Nena”,
hija del dirigente sindical.
Como un costal de papas fue
trepado a uno de los camiones del Ejército. Desde ahí vio pasar a su jefe, a su
líder, a su amigo Joaquín Hernández Galicia, que era conducido, esposado, a una
tanqueta. Era una escena que nunca se imaginó, algo que lo dejó en estado de
shock, tal como se encontraba todo el sólido sur.
Los soldados llegaron con un hombre
encapuchado que “ponía el dedo” a quienes se encontraban afuera del domicilio
de “La Quina”. Este es uno, este es otro, señalaba con el dedo índice. Fuimos
muy poquitos los señalados por el traidor, como siempre hay traidores, recuerda
24 años después Mauro Estrada.
Detenido por los militares, un
sujeto de apellido Collazo fue aprehendido y trepado al camión que los trasladó
al aeropuerto de Tampico. Ese hombre, quien no era trabajador petrolero, pasó
por el sitio equivocado, a la hora equivocada: sólo iba a comprar tortillas.
Ya en el avión que los llevo a la
Cd. De México, Mauro Estrada pidió a uno de los soldados que le quitara las
esposas. “Se me están trozando las manos”, dijo el asistente de seguridad de “La
Quina” “¿Para qué? Como quiera te vas a morir”, le respondió con frialdad el
militar.
“Yo sí pensé que nos iban a matar”,
dijo el ahora petrolero jubilado, que sufrió 10 años de cárcel por un crimen
que no cometió: el asesinato de un agente federal, cuyo cadáver fue “sembrado”
en el operativo en el que detuvieron a Hernández Galicia.
Lo que ellos escribieron nosotros
lo tuvimos que firmar. Algunos porque quisieron, otros porque nos presionaron.
Yo firmé bajo presión, pero eso no sirvió de nada, porque el secretario del
juzgado nos decía no estás aquí por lo que hiciste, sino por lo que pudiste
hacer antes. Eso no es justicia, expresa Mauro Estrada, que fue acusado de
homicidio y acopio de armas, pero finalmente absuelto tras un largo y complejo litigio.
Más de dos décadas después,
entrevistado en una cafetería de la localidad, Mauro Estrada no se arrepiente
de haber estado el 10 de enero en la casa de su patrón.
Con el recuerdo vibrando en la
memoria, el petrolero jubilado enfatiza: “No me arrepiento porque yo no hice
nada malo. A don Joaquín lo detuvieron por todo lo que hacía, por defender el
petróleo, que es de los mexicanos, que no es de los presidentes, Fue una
injusticia, pero aquí estoy.
EL SEGUNDO CONVOY: EXPERIENCIA
AMARGA
Como a las 9:30 hrs del 10 de
enero de 1989 Ramón Sánchez Jaramillo, trabajador de la Terminal Marítima
Madero, se enteró que Joaquín Hernández Galicia había sido detenido por un
convoy y de militares.
El obrero se encontraba en su
casa cuando le avisaron vía telefónica y rápido se dirigió a la calle San Luis
de la colonia Unidad Nacional. Ahí se topó con algo que le parecía muy extraño:
muchas armas.
“Ahí las dejaron los soldados”,
fue la expresión que escuchó de los vecinos en repetidas ocasiones. A esa hora,
Joaquín Hernández Galicia ya era trasladado en un avión hacia la Cd. De México.
Como los hechos que cambiaron la
historia del sur de Tamaulipas ya se habían registrado, Ramón Sánchez Jaramillo
nunca se imaginó, que él también iba a ser aprehendido por los soldados y
enviado a la Procuraduría General de la República (PGR).
Justo cuando se asomaba por las
casas de la familia Hernández Galicia, llegó otro convoy militar. Los elementos
del Ejército rodearon a algunas personas que todavía se encontraban ahí y,
minutos después, como a las 10:30 hrs, los trasladaron al hangar del aeropuerto
de Tampico.
“Ahí nos tuvieron, nos estuvieron
preguntando, que querían saber del
armamento y nosotros sabíamos que, en realidad, ahí nunca hubo armas. Yo
estuve mucho tiempo dándole la mano a don Joaquín en las tardes y yo nunca vi
que tuvieran armas”. Recuerda el entonces empleado de Pemex, liquidado de su
chamba el mismo año del “Quinazo”.
“Es más, a él, a don Joaquín le
daba coraje ver que alguien de su gente, de los que estaban cerca de él,
trajera armas. Le daba mucho coraje”, explica con tono tranquilo, ya distante
el temor a quedarse en prisión por un delito que no cometió.
La presión con las preguntas se
incrementó. Los soldados cuestionaban: “¿De quién son las armas? ¡Hablen de una
vez!”. Ramón Sánchez Jaramillo no dijo nada por una sencilla razón: no sabía
absolutamente nada.
Uno de los militares arremetió
con una serie de cachetadas sobre el petrolero y otras personas que estaban
ahí, detenidas, bajo el cuestionamiento de la milicia. Un golpe en el pecho del
obrero sonó seco, duro el impacto. La tensión se desbordaba.
En el hangar, al obrero le
quitaron su camisa y con ella le sujetaron las manos. Luego lo subieron a un
avión y lo enviaron al Distrito Federal para ser encerrado en la PGR.
“Cuando llegamos a México, ya
estaban llenas las celdas, porque también habían detenido allá a mucha gente de
Salvador Barragán Camacho”, rememora el hombre que fue detenido por el segundo
convoy militar que arribó a la calle San Luis de la Unidad Nacional en Madero.
“Yo llegué con 8 personas más,
entre ellos Rodolfo Pacheco, “El Güero” Calderón y don Trinidad, varios más,
ahí nos metieron con todos, con la gente de Chava Barragán”, expresa.
Ramón Sánchez Jaramillo fue
llevado al sitio donde, con Joaquín Hernández Galicia al centro, los federales
le tomaron la fotografía en la que aparecían todos los detenidos juntos, con
las armas en el suelo.
Sin embargo, el obrero no alcanzó
a salir en la imagen que se difundió en todos los periódicos porque quedó en el
costado derecho. “Yo no alcancé a salir,
casi todos los amigos salieron ahí, pero yo no salí en esa foto”, comenta
mientras esboza una sonrisa el humor ante la historia, el hecho consumado.
EL ÚLTIMO MENSAJE DE GUTIÉRREZ
BARRIOS
Tres días antes de que fuera
detenido por el Ejército y la PGR, Joaquín Hernández Galicia sostuvo una
reunión privada con Fernando Gutiérrez Barrios, Secretario de Gobernación del
naciente sexenio Salinista.
El sitio del encuentro fue un
rancho ubicado en Pánuco Veracruz. El desencuentro entre el líder sindical
petrolero y el presidente de la república, Carlos Salinas de Gortari, iba en
ascenso.
“No fue mi candidato, no es mi
presidente”, expresó acalorado en un momento de la conversación Hernández
Galicia. “No digas eso”, respondió con voz mesurada el experimentado político
veracruzano.
Un empresario, testigo de los
hechos, relata: “Fue el último, mensaje que le enviaron a don Joaquín, pero el
choque ya era inevitable”.
LA INFAMIA SALINISTA: EN LA
ÓPTICA QUINIZTA
En el libro de sus memorias,
titulado “La Quina, cómo enfrenté al régimen priista”, Joaquín Hernández
Galicia relata parte de la infamia que sufrió su asistente de seguridad Mauro
Estrada Cruz.
Textual, en la página 47, el ex
dirigente sindical petrolero escribió: “Mauro Estrada Cruz, el hijo de mi viejo
amigo la Pichorra Estrada, fue salvajemente torturado, para que confesara que
yo lo había mandado, con el Gavilán Vázquez, a estrellarse con un camión en
contra del coche en donde viajaba mi amigo Oscar Torres Pancardo”.
EL ACTA QUE DESMINTIÓ LA VERSIÓN
DEL GOBIERNO
Haber sido el notario público que
dio fe de los hechos suscitados en “El Quinazo”, le costaron a Guadalupe
González Galván días de presión, incertidumbre y temor, Después del 10 de
enero, el profesionista sufrió advertencias y amenazas veladas. Eran tiempos en
que todos los que estuvieron ligados al quinismo temían un nuevo operativo
militar en Cd. Madero.
En calidad de Notario Público
182, Guadalupe González Galván, quien años después sería alcalde de Madero y
dos veces diputado local, atendió la petición y se presentó a las 9:20 hrs en
el domicilio particular ubicado en la calle San Luis, número 111 norte, de la
colonia Unidad Nacional.
El acta notarial número 5 mil 734
precisa que, además de Benito Santamaría, un hombre llamado Juan Pablo Ramírez
Ruiz también le pidió que de urgencia se presentara en el domicilio de don
Joaquín Hernández Galicia toda vez que el Ejército lo había secuestrado.
De acuerdo a lo que observó,
Guadalupe González Galván anotó en el documento: “La entrada principal y una ventana
fueron hechos añicos, al parecer por las granadas de mano, según manifiestan
diversos testigos, habiendo desaparecido la puerta principal, los muebles del
recibidor, la puerta, vidrios y postes de aluminio que dan a un jardín interior”.
El notario público, hoy
experimentado político de extracción priista, redactó: “También en los
vehículos que se encuentran en el garaje se aprecian los daños que les fueron
causados como vidrios e impactos de bala”.
Benito Santamaría Sánchez, quien
ese mismo año ganaría la elección para ser alcalde de Cd. Madero, pidió a
Guadalupe González Galván que diera fe de lo que se encontraba en unas cajas
cerradas que, según testigos, fueron dejadas en la casa de Joaquín Hernández
Galicia por elementos del Ejército.
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