Sunday, February 3, 2013

Una nena muere en la tragedia de Pemex

La partida de la niña Dafne Sherlyn Martínez Carbajal estuvo marcada, desde un principio, por una angustiante espera. Primero, Wendy Carbajal, su madre, pasó 15 horas y media sin conocer el paradero de su hija, luego de la explosión del edificio B2 de la Torre de Pemex. La menor había visitado las instalaciones de la paraestatal porque debía hacer un relato escolar sobre un día en la jornada laboral del papá.
También fue una de las últimas víctimas en ser rescatada, la número 25 de los 33 fallecidos oficialmente registrados hasta ayer. Y a partir de las cuatro de la tarde, en la capilla 30 de la funeraria Gayosso Sullivan, ya estaban varios niños ansiosos por acompañarla, algunos vestidos de blanco, otros con rosas blancas en las manos o inflando globos, también blancos, para adornar la estancia, pero el pequeño ataúd llegó hasta las 8:15 de la noche.

 
Foto tomada de Twitter
Cuando el féretro de Dafne Sherlyn cruzó la puerta del salón de la funeraria, junto con el de su padre, Irving Omar Martínez Pulido, quien murió con ella, había tanta gente que la amaba, que el paso simplemente se dificultaba.

Sus primitos y amiguitos estuvieron entre los primeros en hacer fila para asomarse a través del cristal de la caja blanca y así despedir a esta reina (como su madre eligió que se vistiera esta noche, pues era su disfraz favorito). El llanto agudo de los pequeños oprimía el pecho de los mayores, que pocas veces o nunca habían vivido u oído el dolor de un niño.
Las maestras y los compañeros de clase de Dafne Sherlyn consolaron a Wendy. Ahí llegó su miss de cuarto grado, como solía nombrar la niña a su profesora. También su miss de tercer año y la directora del colegio Jean Piaget de Oriente. “No te vayas, mi bebé”, se escuchaba suplicar a algunos.
A Wendy, quienes la motivaban a soportar tal sufrimiento de ver morir el mismo día a su esposo y a su hija, eran sus otras dos nenas: Wendy, de cuatro años, y Alison, de dos años. Cada una, vestida también de princesa, tomaban de las manos a su madre y la obligaban a seguir caminando.
Esta tragedia inició para Wendy después de las cuatro de la tarde del jueves, cuando se enteró de la explosión del edificio B2 de la Torre de Petróleos Mexicanos.
Acompañada por su madre y por su hermana Beatriz, estuvieron afuera de las instalaciones de la paraestatal hasta la una de la mañana. Durante esas ocho horas hicieron de todo para localizar a Irving y a Dafne, hasta se acercaron a periodistas, a diferencia de otras víctimas que por su luto nada querían saber de los medios de comunicación, con el fin de que en los portales se difundieran los nombres de sus familiares desaparecidos.
  
Cerca de las 10 de la noche, el grito estridente de su cuñado la alertó y corrió hacia él para escuchar que su esposo estaba muerto. Antes de poder llorarlo y desahogar la pena, preguntaba: “pero ¿y Dafne?, ¿en dónde está?”
Se quedó hasta la una de la mañana en la esquina que forman Bahía del Espíritu Santo y Bahía de San Hipólito.
No había persona que la convenciera de abandonar las inmediaciones de la Torre de Pemex, a pesar de que la mayoría de los rescatistas ya habían sido evacuados y los únicos que continuaban las labores eran marinos, militares y federales.
“Tengo que rescatar a mi hija, no la voy a dejar aquí sola, debe tener mucho frío”, repetía una y otra vez.
La madrugada de ese viernes de invierno, la temperatura en la Ciudad de México estuvo por debajo de los 10 grados celsuis.
Hasta que prácticamente sólo ellas permanecían en la zona del desastre, Wendy aceptó ir al Servicio Médico Forense de la PGR, ubicado en la colonia Doctores. Ahí le proporcionaron a la recepcionista los datos de la niña aún desaparecida.
Dafne Sherlyn llegó al Semefo a las 5:30 de la madrugada. Fue la víctima número 25 en ser trasladada, mientras que su papá salió en el lugar 20.
Dos horas después del arribo de la pequeña, la recepcionista mandó a llamar a Wendy para que entrara a reconocer el cuerpo. “Mi hermana pudo tener a su niña en sus brazos, pero todavía no se resigna”, platica Beatriz, mientras se seca las lágrimas con las manos.
“Ya está durmiendo mi bebé”, decía Wendy en la capilla. Durante esos breves instantes en que lograba serenarse, su mirada se dirigía al vacío, el mismo que ha dejado, y muy profundo, la pérdida de Irving y Dafne.
Este sábado, la cita en el crematorio será a las seis de la tarde. Wendy recogerá las cenizas de su hija y, tres horas más tarde, las de su esposo.
El adiós que pretenden darle a Dafne Sherlyn quienes la amaban se extenderá por varios días. El martes, sus maestras y compañeros ofrecerán una misa en el colegio para despedir a la inolvidable niña.
“Siempre te recordaremos” y “Siempre te querremos, Dafne”, decían las leyendas de un par de arreglos florales.
Regresó sólo unos minutos antes
En el transcurso de la noche llegaron los cuerpos de varias de las personas fallecidas en el edificio B2 del complejo de Petróleos Mexicanos (Pemex).
Entre ellos, el de Rodolfo Díaz Rodríguez, trabajador del área de recursos humanos de la paraestatal, quien laboraba en el sector de mil 300 metros cuadrados que se desplomó.
Sus amigos conversaban fuera de la funeraria, en voz baja, sin dar aún crédito a la suerte de su amigo y de la suya propia. Saben que cualquiera de ellos pudo haber muerto el jueves.
Rodolfo había salido del edificio a comer. Regresó antes que el resto al inmueble. Los demás se encontraban aún afuera del edificio cuando los cuatro niveles se derrumbaron. Perdió la vida entre el alud de escombros.
Sus amigos hablan con monosílabos y respuestas cortas.
—¿Regresó pronto?, se les cuestiona.
— Sí, responde uno de ellos.
—¿Solía regresar tan rápido?
— No, no siempre.
—¿Cuántos años tenía?
—No sabemos.
—¿Cuál era su puesto?
—En Personal.
Les duele la pérdida de Rodolfo y también agradecen no haber regresado al edificio tan rápido, de tomarse unos minutos más en la calle o en las cocinas aledañas al complejo de Pemex.
“Todos éramos amigos.”
Algunos seguían la comida, otros habían ido a la tienda a comprar chicles o cigarros. Otros retornaban a paso lento cuando escucharon el estruendo del edificio desmoronándose.
En las escalinatas de entrada a la funeraria fueron colocadas cuatro coronas de flores enviadas por Petróleos Mexicanos.
El padre de otro de los chicos prefiere no hablar sobre su hijo.
“Sé que estaba en recursos humanos, pero no en qué puesto”, comentó.
Los amigos de su hijo salen al paso. “La verdad no queremos hablar”, aseguraron.
Los deudos, distribuidos en el estacionamiento al aire libre de la funeraria, prefieren no revelar detalles de los velados.
“No creemos que sea conveniente”, dicen algunos. “Mejor hable con los padres”, dicen otros.
 “Nuestra jefa es la única que puede darle información. Está recibiendo los cuerpos”, señalaron unos más.
Paulatinamente se repliegan en las capillas ardientes, recelosos. “Ya no queremos ni ver las noticias”, dice uno.
En minutos, ahí sólo quedan personas que, aseguran, no son deudos de las víctimas. En total, los cuerpos de cuatro de ellos fueron velados anoche en esta funeraria de la colonia Juárez.
Una noche de espera y de incertidumbre
El primer día después de la explosión, que oficialmente dejaba 33 muertos y 121 heridos hasta ayer, transcurrió entre la incertidumbre de los familiares de las víctimas y la recuperación de algunos de los heridos.
Los pabellones y escalinatas del Hospital Central Sur de Pemex se convirtieron en áreas para reposar un instante tras una noche de espera o para buscar el nombre de los familiares entre decenas que conformaban las listas de pacientes ingresados.
En total, las familias de 12 trabajadores que se encontraban en el Edificio B 2 del complejo administrativo de Pemex aguardaron la madrugada y la mañana del viernes para conocer el estado de salud de sus seres queridos.
Las lesiones más comunes de los ingresados principalmente estaban en sus extremidades y algunos órganos vitales, según detallaron familiares a la salida del hospital.
Diana Castrejón tuvo noticias de María Elizabeth Castrejón Mejía hasta las 21:00 horas del jueves; aguardó en las escalinatas del centro de salud durante toda la madrugada para conocer el parte médico.
“A eso de las nueve de la noche nos enteramos de que estaba aquí. Entonces Servicio Social nos ofreció un cuarto, pero es imposible dormir. Nos dicen que está grave porque tiene una fractura en la pierna y un pulmón con sangre y agua”, detalló Diana.
La información sobre el estado de salud de los 12 pacientes sólo pudo conocerse a través de testimonios ofrecidos por otros pacientes, incluso aquellos sin ningún familiar entre los heridos.
“Hay mucha gente, principalmente en la zona de cardiología. Lo que pasa es que todavía están verificando que las personas sean realmente familiares. El ambiente se siente muy tenso.
“Supimos de una mujer que escuchamos está muy grave y de la que su esposo está con ella, pero apenas lo dejaron pasar a verla”, dijo María Elena Sánchez al abandonar el hospital.
“Sentí como un temblor”
Hacia el mediodía, algunas personas que habían pernoctado en el hospital salieron a la zona de las escalinatas, en la entrada principal.
“Trabajamos en el mismo edificio (B2) mi esposo y yo. La diferencia es que cuando ocurrió todo yo estaba en el piso 13 y mi esposo en el sótano. Tiene fractura de mandíbula, nariz y peroné. Y ahorita lo están operando.
“Yo sólo sentí como un temblor y luego hubo mucho polvo”, dijo una mujer que prefirió no identificarse.
Al Hospital Central Sur de Pemex también llegaron amigos de algunos de los heridos. Mónica Valdés supo del pesar de los familiares porque una de sus amigas de trabajo, identificada como Laura González Sánchez, perdió la vida durante la explosión.
Laura, secretaria de la Dirección Corporativa de Operaciones, era madre de tres menores. “Entre los amigos comenzamos a contactarnos. Pero todavía a las once de la noche no aparecía. A las tres de la mañana me informaron que entre los cuerpos del Semefo estaba ella. Hay más amigas que están heridas”, aseveró la trabajadora.

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